Por Horacio Vázquez–Rial
Hasta hace un tiempo, yo no tenía una verdadera necesidad de descansar. De dormir, sí. Pero dormir no es descansar, es sólo una reparación fisiológica. No hace falta detenerse para dormir. He pasado años escribiendo libros de un tirón, haciendo escalas para dormir, comer algo, ducharme, sin interrumpir realmente el relato que fuese, una ficción o una exposición histórica. Una parte de mis libros fue escrita en sueños. En sueños he hablado largamente con el general Perón, con Borges, con el virrey Liniers o con Gustavo Durán.
Ahora sigo durmiendo y soñando, pero experimento un profundo anhelo de descanso. Hay noches en que, cerrado el libro que me acompaña a la cama, quiero que Trotski se calle de una buena vez, que Churchill, a quien tanto quiero, suspenda por un rato sus discursos heroicos, que el ruidoso coro del pasado amaine. Doy por hecho que la naturaleza nos prepara para morir en un plazo razonable y que el cerebro, en cierto momento, pide una tregua. En muchos casos, la ciencia nos permite vivir más que nuestros sesos.