¿Era Horacio Vázquez–Rial un escritor que construía la realidad literariamente? No. Horacio no hablaba de su trabajo como escritor en clave «construcción», sino en clave «explicación».
«Sólo trato de explicar y explicarme cosas. Sé menos sobre aquello de lo que trato después de escribir que antes: tal vez la escritura no sea más que un medio de aprendizaje». Horacio tenía claro en el desarrollo de su escritura ese concepto de imposibilidad para reconstruir los procesos históricos. «¿Sólo la literatura se hace cargo de la realidad?»
«Hay dos discordancias trágicas para un narrador, sea que narre historias o que narre Historia: la discordancia entre el tiempo de la historia general, de ciclos largos, y el tiempo del individuo, necesariamente breve e incapaz de abarcar procesos completos de la historia general; y la discordancia entre el tiempo literario y el tiempo lineal. En este último terreno libraron su combate Joyce, Proust y el Fellini de Ocho y medio, pero ninguno de ellos consiguió superar ese espacio intermedio entre lo literario y lo lineal que ocupa la memoria. La película de Fellini, Ulises y En busca del tiempo perdido son tratados sobre el tiempo de la memoria, y yo tengo la impresión de que es imposible ir más allá. Ahora bien: en el supuesto de que un individuo sea testigo de un proceso general completo, de principio a fin, de proyecto a fracaso, que es como se perciben siempre los procesos históricos, su testimonio habrá de ser un relato, se verá obligado a reducir el tiempo linealmente vivido a un tiempo de memoria, lo más próximo posible al real, pero necesariamente diverso. Yo, por razones de edad, de generación y de trayectoria personal, he sido y soy testigo del proceso de la revolución cubana. Pero al final no tendré otra cosa que la memoria del período. Y una memoria muy contaminada y parcial, derivada de haber vivido simultáneamente una etapa del peronismo, un gobierno socialdemócrata en España, lo que va de Bandung al 11 de setiembre de 2001… en fin, haber adquirido por experiencia instrumentos de análisis que no se limitan a Cuba, ni a lo que yo mismo sabía del mundo el 1 de enero de 1959.
«¿La realidad narrada es la única posible? «En cierto sentido, sí. Sólo en cierto sentido. Aunque el positivismo y el marxismo vulgar hayan intentado aplicar el paradigma de las ciencias físicas al estudio de las ciencias del hombre y a la historia, las experiencias políticas y las experiencias pasionales, que son las únicas que, finalmente, importan, no se pueden reproducir. No es que no se puedan reproducir las condiciones de laboratorio, sino que el laboratorio mismo es el cambio perpetuo. Por lo tanto, se toma el relato como si de la reproducción de la experiencia se tratara. Y finalmente, se toma por verdadero lo que sólo es sueño, recuerdo y palabra. Hermann Broch dice crípticamente en La muerte de Virgilio que “la realidad sólo se representa por realidad”, dando al discurso un sitio equivalente al del hecho. Yo estoy parcialmente de acuerdo con eso, pero me inclino a jerarquizar aún más el discurso: finalmente, los hechos desaparecen y el discurso perdura. ¿Qué hubiese sucedido si Schliemann, que dedujo el lugar material de Troya del mapa verbal de Homero, no hubiera encontrado la ciudad? Que nadie recordaría hoy a Schliemann, y Homero seguiría siendo Homero. La Troya terrenal es sólo un detalle, que no cuestiona la existencia de la Troya celeste».
La realidad entonces, ¿tiene opción de ser narrada con valor de verdad, sólo literariamente? «La literatura no exige verdad. Sólo reclama verosimilitud. La historia suele ser poco verosímil por sí misma: carece de un orden a priori, el orden le es impuesto por la palabra, por la arquitectura del relato. No obstante, la verdad no se ve esencialmente perjudicada por su reordenamiento narrativo: al contrario, es revelada por él con una mayor claridad. La literatura es, en todo caso, una vuelta más en la trenza de la Historia.
¿Se convierte todo en ficción al momento de ser narrados literariamente los aspectos considerados “históricos”? «Sí. Y también sucede lo contrario: la ficción deviene historia. Yo no hago diferencia entre relato histórico científico y relato de ficción. Los historiadores, hasta después de terminada la Segunda Guerra Mundial, estuvieron empeñados en sostener que la historia verdadera era la que ellos narraban porque se fundaba en documentos y testimonios, como si los documentos y los testimonios no fuesen a su vez relatos y como si los relatos extra-académicos no se fabricaran con documentos y testimonios. Nadie ha explicado esto con tanta perfección como un novelista, James Ellroy, al exponer un diálogo de una coherencia —una verosimilitud, por lo tanto— asombrosa entre el presidente de los Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, y el jefe del FBI, J. Edgar Hoover, acerca del asesinato de Martin Luther King: en la novela, Johnson y Hoover hablan por teléfono acerca del crimen, que aún no ha sucedido, pero del que ambos saben que sucederá, y deciden qué va a quedar en los archivos oficiales sobre el hecho. Preparan la memoria de la posteridad, se inscriben en la Historia a su modo, son los que creen ser y se ocupan de lo que serán en el relato ajeno una vez muertos.
¿Pero realidad-verdad-ficción existen cómo términos antinómicos? «Un profesor de estética en mi universidad nos decía que los griegos llevan la máquina o locomotora del tren en el que viajamos todos hoy. Para volver a los viejos orígenes aristotélicos del tren de la cultura universal ¿la poesía sigue siendo más verdadera que la historia? Al contrario: realidad, verdad y ficción no son antinómicos, sino complementarios, se potencian mutuamente, se exaltan, se producen. Se pasa de los hechos al relato y del relato a los hechos constantemente: de Waterloo al relato de Waterloo, de la batalla a la caída del imperio por obra de la narración de la batalla. Y después, de la caída del imperio a Waterloo, una batalla magnificada por sus consecuencias.
El sistema de inserción documental que recrean sus novelas, ese constante aferramiento a los datos documentales que lo muestra como un investigador agudo y puntillosamente obsesivo: ¿muestra su lucha entre la ficción y la realidad? «Esa lucha no es mía: se da objetivamente. Yo trato de apaciguarla, ya que no de ponerle fin. Y de limitar los daños colaterales que ocasiona, desde la puesta de la historia al servicio de intereses ocasionales hasta el estímulo de la ignorancia que presupone el relato cerrado. Yo vivo la ficción como un camino hacia la realidad. Perse decía que la misión del poeta es poner en claro los mensajes de la realidad, y yo trato de serle fiel.
¿Cómo adquiere preeminencia un tema que ocupa un periodo de su etapa creativa «Todos los relatos nos son dados. El mundo nos lanza propuestas constantemente, y en nosotros está el recogerlas o no. Yo tengo un centenar largo de historias de las que creo que merecen ser contadas, todas archivadas y en buena parte en la memoria. De pronto llega un dato, una información curiosa que encaja en una de ellas, que la desarrolla en algún punto. A veces, ese dato origina una novela, a veces simplemente lo guardo para mejor ocasión. A veces, la curiosidad me lleva a buscarlo. Te voy a dar un ejemplo: en las primeras décadas del siglo XX hubo un colegio en Shanghai, en el que se enseñaba en francés. Un colegio para señoritas, en el que se aprendía a comer, a bailar, a bordar, a abrir la puerta para salir a jugar y todas esas cosas, además de elementos de historia y geografía, y cuestiones de las llamadas de cultura general. Cuando se produjo la revolución en Rusia, en 1917, alguna gente de dinero no huyó hacia la Europa, en plena guerra, sino hacia China. Especialmente, judíos que preferían no atravesar Polonia ni Alemania, con buen sentido de la conservación. Yo he venido siguiendo la historia de una mujer, judía, que en 1917 tenía diez años, que estudió en ese colegio. Pero necesito saber mucho más sobre esa institución para que la historia empiece a conformarse como novela. Así como apareció la historia, en algún momento vendrá esa información y pasarán cosas nuevas. Estoy en perpetua formación. No sería yo mismo sin Roth o sin Ellroy, a los que leí pasados los cincuenta años. Y tampoco escribiría lo que escribo, ni como lo escribo, sin ser un cinéfilo absoluto. Érase una vez en América, de Sergio Leone, es para mí más significativa que el ochenta o el noventa por ciento de las novelas que leí en toda mi vida.
¿Qué nos dice Horacio Vázquez-Rial a los lectores sobre la posibilidad de rodear su obra de lecturas que le hayan impactado especialmente? Es decir: cómo podemos considerarnos ‘guiados’ para penetrar en sus trabajos desde su propio universo de lecturas. Por ejemplo: Julio Cortázar, Borges y tantos, todos, aluden a su propio ‘academicismo’ desde las respectivas tramas, dándonos abundante información sobre sus soportes. «No hay una guía de lectura para mi obra, pero puedo recomendar a quien se interese por mi mundo personal, que vea cine negro, que escuche a Piazzola, a Miles Davis, y a Bach, por sí mismo y a través de Piazzola y Davis. También que lea los diarios, que atienda a ciertos directores, como Fellini, Pasolini, Visconti, Hawks, Huston… Que vuelva sobre Roberto Arlt, sobre Borges, sobre Shakespeare, sobre Chandler, sobre Chester Himes. Ahora se está reeditando a Rubem Fonseca: que lean Agosto, su novela sobre los últimos días de Getulio Vargas, y entenderán algo más de mi libro sobre Perón…
¿Cómo se acerca Horacio a la palabra ficcional? «Encuentro personalidad. Cada personalidad literaria es una novedad en cierto sentido. Yo lo hago a mi modo, simplemente. Creo que muy separado de la corriente general, lo cual tal vez no sea demasiado bueno para mí: es un camino muy solitario. La gente trata de imitar cuando piensa que es beneficioso en términos comerciales: tratan de ser García Márquez… ¿pero quién se esfuerza en imitar a Peter Handke o a James Ellroy? Es muy difícil».
¿Percibe Horacio que su público lector también va modificando su acercamiento a tu obra? ¿Cómo percibe la tarea de lectura de sus lectores, en qué cosas se te manifiesta? ¿Con qué apertura o interés —o desinterés— lee los discursos críticos que abundan sobre aspectos de sus trabajos? «Empiezo por el final: la crítica de prensa sólo es significativa por lo que toca a la venta de un título determinado, pero eso no impide que, de tanto en tanto, uno aprenda algo de un crítico, que le sea revelado un aspecto de sus textos que no había visto, y eso siempre es útil. En cuanto a los lectores, poco se sabe de ellos: un libro es una botella al mar, no se sabe dónde va a dar. Los lectores académicos, que son aquellos con los que uno está en contacto, los que escriben artículos largos y dan conferencias, suelen ser sorprendentes. Tal vez el mejor lector que he encontrado, desde el punto de vista de mis deseos, sea un profesor inglés que enseña en Canadá, Richard Young, que lee como yo mismo leería. Naturalmente, es quien más me ha enseñado, porque al ser afines sus ideas a las mías, puedo seguirle. Pero me encuentro con mucha gente que me deja con la impresión de que han leído otros libros, de que están hablando de otra persona y de otra obra. Está bien, es un derecho: desde que lo publico, el libro deja de pertenecerme, es materia para los demás, pero eso no impide cierto desasosiego. Hay gente que se toma el trabajo de escribirte para decirte en qué no está de acuerdo, que hubiese hecho en mi lugar. Jamás les respondo: ¿qué les podría decir? ¿Que su lugar y el mío no son el mismo? Es obvio. Según pasan los años, tengo que reconocer que me intereso menos por las opiniones ajenas. Al fin de cuentas, mi vida terminará por ser un relato hecho por otro, ¿no?»
¿Es una y única la obra de Horacio Vázquez-Rial que se presenta en aspectos o caras diferentes desde uno a otro título? ¿Concebida como un mismo discurso en el que cada obra fuese un color o forma de presentar su constante preocupación revista de interpretación literaria de la realidad (suelo leerte de esa forma, por eso tal interrogante). «Sí, es una sola, un edificio en construcción hasta que me muera. Ahora bien: yo no pretendo tanto como interpretar literariamente la realidad. Apenas si voy sumando casos en la trama de un tejido, un hilo aquí, otro allá… Extender esto al conjunto de la realidad es tarea del lector, y no sé si lo hace o no. Confío en que lo haga, porque siento que no hacerlo es una manera de asesinarme».