Los trapicheos menudos

Pablo Odelll @ Facebook > Vazquezrialistas

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Cuántas cosas que leemos en los libros, en los medios medios de la «midia», en la calles. Cuántas cosas que a veces nos parece que no entendemos cómo pueden ser posible, quedan explicadas en éste párrafo, traído al pairo desde uno de los cuentos, «El hombre frío», de Horacio Vázquez-Rial.

«Si la guerra es la continuación de la política por otros medios, y la política es la continuación de los negocios por otros medios, basta con abolir la política para hacer evidente la realidad de la guerra como escenario ideal para los negocios, y de los negocios como guerra. Y si no hay un enemigo disponible, se lo inventa. No me refiero, claro, a los grandes negocios, el petróleo, el oro, esas cosas, sino a los cotidianos, pequeños, mezquinos, los negocios de la mayoría, los trapicheos menudos: ésos son los que

El verano de los leones

Un comentario sobre las relaciones entre la historia y la novela histórica

Por Horacio Vázquez–Rial

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La historiografía tradicional, es decir, la historia que se presenta escrita en tratados, manuales o ensayos, contiene un importante componente de ficción: la sola presentación de los sucesos en un orden determinado, no siempre ni necesariamente el estrictamente cronológico, sino un orden adecuado desde un punto de vista didáctico, supone una intervención del redactor en el terreno de lo que se considera real: una intervención modificadora, una alteración. En el momento en que el historiador inicia el relato de unos hechos, de acuerdo con una jerarquía y con una interpretación particular de su encadenamiento y, por lo tanto, de su sentido, empieza a hacer literatura: deviene creador, en tanto que narrador, al igual que el novelista.

En el párrafo anterior, he escrito con deliberación «el terreno de lo que se considera real», y no «la realidad», porque el punto de partida de toda síntesis histórica es el documento: la crónica, el testimonio, el monumento, la carta, el registro de nacimientos o de defunciones, o cualquier otro factor probatorio de que algo ocurrió: el documento, nunca la realidad. Ya que, si lo que se cuenta en un texto nace de la experiencia personal del autor, de su percepción directa, el texto posee valor documental pero no es historiografía, escritura de la historia.

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Elegir un camino

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Por Horacio Vázquez–Rial

Hemos perdido el pasado. Nos ha sido expropiado por aquellos que han comprendido que, si poseen el pasado, poseen también el presente. No el futuro, que es una fantasía de la cultura de los siglos precedentes, sobre todo los dos últimos, el XIX y el XX, cuando nuestra especie daba por supuesto que había leyes de la historia que llevaban a alguna parte. Ya nada se da por supuesto, y menos aún eso: la historia, se cree hoy, no lleva a ninguna parte.

Ya hemos pasado 1984. La profecía de Orwell se ha cumplido en todas sus partes. Hablamos neolengua. Estamos vigilados. El pensamiento independiente puede llevarnos a la muerte; o al ostracismo, si nos toca una zona del planeta en que las buenas maneras impidan el asesinato durante un cierto lapso. Y el Gran Hermano no sólo es el más perverso, sino, para colmo, también es el más imbécil, el más codicioso y el más ignorante. Y tiene tendencias suicidas. Para ocuparse del pasado están los intelectuales, que no trabajan en las condiciones del ciudadano Winston Smith en el Ministerio de la Verdad, sino en despachos y aulas de universidades; no hace falta que nadie les lea el pensamiento: realmente piensan lo que dicen.

No hay que asombrarse por nada de ello. Existen antecedentes, sobre todo, en el curso del siglo XX. Los fascismos y los comunismos, su desborde en el nazismo, los populismos y las democracias autoritarias nos prepararon para ello. Y, sobre todo, prepararon a los que se suele llamar dirigentes y hasta líderes.

No voy a decir que eso fuera mejor, porque en muy pocos casos, si es que hay alguno, la sociedad marchó en un sentido, ya no digo que correcto, sino, simplemente, acorde con sus propios intereses. Y el que uno creyera, en tales circunstancias, elegir su camino era un error de proporciones inimaginables.

El relato y la historia

Henry Odell & Horacio Vázquez–Rial. ¿Conoces el proyecto de rescatalogación de la obra completa de HVR?

¿Conocen el proyecto de rescatalogación de la obra completa de HVR? Henry Odell & Horacio Vázquez–Rial.

¿Era Horacio Vázquez–Rial un escritor que construía la realidad literariamente? No. Horacio no hablaba de su trabajo como escritor en clave «construcción», sino en clave «explicación».

«Sólo trato de explicar y explicarme cosas. Sé menos sobre aquello de lo que trato después de escribir que antes: tal vez la escritura no sea más que un medio de aprendizaje». Horacio tenía claro en el desarrollo de su escritura ese concepto de imposibilidad para reconstruir los procesos históricos. «¿Sólo la literatura se hace cargo de la realidad?»

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Sólo palabras

Escribió una vez Horacio Vázquez–Rial:

Yo sólo dejaré palabras. En ellas y con ellas me he movido siempre. Las de mi legado son palabras de hombre responsable: comprometido, se decía no hace mucho, y aunque eso siempre quería decir comprometido con la izquierda, es verdad que uno puede cambiar el sentido de la expresión: comprometido con la verdad, que no es de izquierdas pero tampoco de derechas. Está más cerca y más lejos. Y es más dolorosa pero más limpia. La clave está en por dónde empezó cada uno de nosotros. Podemos legar nuestra experiencia, pero se trata de una experiencia condicionada. Por los libros, los discursos, el cine, la música. He contado muchas veces que soy quien soy porque me crié en una casa con biblioteca y piano. Y teléfono. Y radio. Y televisión desde 1958, cuando yo tenía once años. Lo primero que podemos legar es, pues, aquello que condicionó nuestra experiencia.

El descanso

Horacio Vázquez-Rial

Horacio Vázquez-Rial

Por Horacio Vázquez–Rial

Hasta hace un tiempo, yo no tenía una verdadera necesidad de descansar. De dormir, sí. Pero dormir no es descansar, es sólo una reparación fisiológica. No hace falta detenerse para dormir. He pasado años escribiendo libros de un tirón, haciendo escalas para dormir, comer algo, ducharme, sin interrumpir realmente el relato que fuese, una ficción o una exposición histórica. Una parte de mis libros fue escrita en sueños. En sueños he hablado largamente con el general Perón, con Borges, con el virrey Liniers o con Gustavo Durán.

Ahora sigo durmiendo y soñando, pero experimento un profundo anhelo de descanso. Hay noches en que, cerrado el libro que me acompaña a la cama, quiero que Trotski se calle de una buena vez, que Churchill, a quien tanto quiero, suspenda por un rato sus discursos heroicos, que el ruidoso coro del pasado amaine. Doy por hecho que la naturaleza nos prepara para morir en un plazo razonable y que el cerebro, en cierto momento, pide una tregua. En muchos casos, la ciencia nos permite vivir más que nuestros sesos.

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